Si escuchas HOY su voz… NO ENDUREZCAS TU CORAZÓN

                                        UN CORAZÓN ENDURECIDO.

Estos versículos de Isaías nos muestran lo peligroso que es tener un corazón endurecido, ya que es prácticamente insensible a la voz de Dios y va rumbo a su propia ruina sin tener el suficiente discernimiento para salvarse a tiempo. Veamos de acuerdo a estos versículos en qué consiste el peligro de tener un corazón endurecido.

“Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad”.

            El peligro de tener un corazón endurecido radica en que la persona no es capaz de comprender las verdades bíblicas, y esto definitivamente es un verdadero peligro porque si no creen en el evangelio, jamás se salvaran. Dios le decía a su profeta que hablaría a estos hombres pero no le creerían para convertirse de su maldad: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, más no comprendáis. Engruesa el corazón de este pueblo, y agrava sus oídos, y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos, ni oiga con sus oídos, ni su corazón entienda, ni se convierta, y haya para él sanidad. Jesús les dijo a sus discípulos que a través de la proclamación de su mensaje, aquellos que creyeran serian salvos; pero aquellos que no se perderían eternamente: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado”, (Marcos 16:15-16). Lamentablemente, muchos no creerán porque no entenderán la gravedad de su situación y en su necio corazón se perderán. Hoy en día el mensaje del evangelio se predica, pero muchos oyen mas no entiende; ven, más no comprenden, ya que su corazón esta endurecido y por tanto, el mensaje glorioso del evangelio que tiene poder de transformar la vida de aquellos que creen en él no tiene ningún efecto.

“Y yo dije: ¿Hasta cuándo, Señor? Y respondió él: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida…”

            Al oír estas palabras Isaías se espantó al ver la indiferencia espiritual del pueblo, y pregunto: ¿Hasta cuándo, Señor?, y Dios le respondió: Hasta que las ciudades estén asoladas y sin morador, y no haya hombre en las casas, y la tierra esté hecha un desierto; hasta que Jehová haya echado lejos a los hombres, y multiplicado los lugares abandonados en medio de la tierra. Y si quedare aún en ella la décima parte, ésta volverá a ser destruida… Aquí vemos en que termina aquella persona que endurece su corazón para no obedecer la voz de Dios y ser salva, va rumbo al desastre. Israel por su corazón duro pereció, muy parecido al faraón el cual cada vez que Moisés le hablaba y le ordenaba que obedeciera la voz de Dios de dejar libre a su pueblo para que otra plaga no viniese, éste endurecía su corazón no obedeciendo y como consecuencia era azotado una vez más: “Jehová dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón; porque yo he endurecido su corazón, y el corazón de sus siervos, para mostrar entre ellos estas mis señales, pero Jehová endureció el corazón de Faraón, y éste no dejó ir a los hijos de Israel”, (Éxodo 10:19-20). Lo cierto es que aquellos que endurecen sus corazones para no obedecer la palabra de Dios y persisten en sus pecados terminan siendo destruidos por sus misma necedad: “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina”, (Proverbios 29:1).

Finalmente, un corazón endurecido conduce al hombre al infierno ya que jamás se arrepentirá de sus pecados y se convertirá de su maldad: ni se convierta, y haya para él sanidad.  Jesús en su parábola del sembrador nos habló del final de aquel que tiene el corazón duro: “El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron… Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven”,  (Lucas 8:5, 12). Esta parábola nos ilustra que aquellos que tienen un corazón duro son semejantes a terreno duro en el cual cae la semilla y esta no puede germinar ya que las aves del cielo se la comen, así la palabra de Dios no logra su efecto porque estos se reúsan en creer y humillarse, y al final, estos se pierden.

Con todo esto, el Señor también arroja una palabra de esperanza: pero como el roble y la encina, que al ser cortados aún queda el tronco, así será el tronco, la simiente santa. El roble y la encina, son árboles que generalmente viven muchos años y se adaptan a duras condiciones climáticas, especialmente la encina, y aun quedando solo sus troncos, estos vuelven a retoñar. Así hoy en día hay esperanza para el hombre, para que su corazón endurecido no lo conduzca a la condenación eterna y para ello la carta a los Hebreos nos dice: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto, donde me tentaron vuestros padres; me probaron, y vieron mis obras cuarenta años. A causa de lo cual me disgusté contra esa generación, y dije: Siempre andan vagando en su corazón, y no han conocido mis caminos. Por tanto, juré en mi ira: No entrarán en mi reposo”, (Hebreos 3:7-11). La clave es arrepentimiento. Debemos reconocer nuestros pecados y cambiar nuestra manera de ver las cosas, porque nuestra vida nos conducirá a la destrucción, lejos de Dios. Cada vez que escuchamos la palabra de Dios, pero no nos sometemos a ella, ya sea porque no creemos, o porque no queremos renunciar al mundo, endurecemos más y más nuestro corazón. Pero necesitamos recibir el consejo oportuno de la palabra de Dios y volvernos a Cristo en completo arrepentimiento, ya que solo así seremos salvos.

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