La identificación con Cristo es una doctrina fundamental en el cristianismo. Se refiere a la conexión profunda entre los creyentes y Jesucristo. Permíteme compartir algunos aspectos clave sobre este tema:
- Muerte y vida en Cristo:
- En Romanos 6:11, el apóstol Pablo nos insta a considerarnos “muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro”. Esto significa que, como creyentes, estamos unidos a la muerte y resurrección de Cristo.
- En Gálatas 2:20, Pablo declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esta identificación implica que nuestra antigua naturaleza pecaminosa ha sido crucificada con Cristo, y ahora vivimos en una nueva realidad en Él.
- Nueva vida y relaciones:
- La vida cristiana no se trata simplemente de seguir reglas o cumplir con rituales religiosos. Es Cristo viviendo Su vida a través de nosotros por el poder del Espíritu Santo.
- Nuestra identidad cambia radicalmente. Ya no somos solo nosotros mismos; ahora somos “en Cristo”. Esto afecta nuestras relaciones con Dios y con los demás.
- Meta de Dios:
- Dios tiene un objetivo supremo para los creyentes: conformarnos a la semejanza de Cristo (Romanos 8:29). Quiere que nuestro carácter refleje el amor, la paz y la bondad que vemos en Jesús.
- El Espíritu Santo trabaja en nosotros para producir un carácter que se asemeje al de Cristo. No seremos robots idénticos, pero compartiremos las características que hacen a Jesús magnífico y maravilloso.
Si pertenecemos a Cristo, estamos unidos a Él, dejando de ser esclavos del pecado (Romanos 6:5-6); Dios “…nos dio vida juntamente con Cristo..” (Efesios 2:5); “…hechos conforme a la imagen de Su Hijo…” (Romanos 8:29); libres de la condenación y no andando conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Romanos 8:1), y formando parte del cuerpo de Cristo con otros creyentes (Romanos 12:5). El creyente posee ahora un corazón nuevo (Ezequiel 11:19), y ha sido bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestes en Cristo” (Efesios 1:3).
Podríamos preguntarnos por qué con tanta frecuencia no vivimos de la manera descrita, aún habiéndole entregado nuestras vidas a Cristo y estando seguros de nuestra salvación. Esto sucede porque nuestras nuevas naturalezas residen en nuestros antiguos cuerpos carnales y estos dos están en guerra uno contra el otro. La antigua naturaleza está muerta, pero la nueva naturaleza aún tiene que batallar con la antigua “tienda” en la que aún mora. El mal y el pecado aún están presentes, pero el creyente ahora los ve en una nueva perspectiva, y ellos ya no lo controlan como alguna vez lo hacían. En Cristo, ahora podemos elegir resistir al pecado, mientras que la antigua naturaleza no podía. Ahora tenemos la oportunidad de elegir si alimentamos la nueva naturaleza mediante la Palabra, la oración y la obediencia, o alimentamos la carne descuidando esas cosas.
Cuando estamos en Cristo, “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó…” (Romanos 8:37), y podemos regocijarnos en nuestro Salvador, quien hace posibles todas las cosas (Filipenses 4:13). En Cristo somos amados, perdonados y tenemos la promesa de salvación. En Cristo somos adoptados, justificados, redimidos, reconciliados y elegidos. En Cristo somos victoriosos, llenos de gozo y paz, obteniendo un verdadero significado de la vida. ¡Qué maravilloso Salvador es Cristo!
Tu identidad no está determinada por cómo te sientes sobre quién eres: ¡ese sentimiento no es muy estable! Y a veces confeccionamos una idea de quiénes somos con base en pensar qué piensan los demás sobre nosotros. ¡Vaya manera de evaluarnos! Ten por seguro, además, que el diablo te susurrará en el oído, acusándote de no ser mas que un hipócrita, o alguien con miles de fracasos.
Si estás en Cristo, por haber creído en Él, Dios te ha cambiado de nombre, dándote una nueva identidad comprada para ti por la perfecta obra de Cristo en la cruz. Una obra que te garantiza que eres posesión de Dios, ciudadano del cielo
La mayoría de las personas nacen como ciudadanos de un estado político o país donde tienen una identidad, derechos, protecciones y comparten una determinada cultura, costumbres y valores. Además, la Biblia nos dice que cada persona también nace en el reino de este mundo donde gobierna Satanás (2 Corintios 4:4) y, por lo tanto, está esclavizada como miembro de esa cultura, participando en los valores y las prácticas de Satanás, es decir, rebelándose contra Dios (Romanos 6:16; Génesis 3:1; 1 Juan 2:16).
Este es el pecado con el que nacemos y del que somos cautivos hasta que somos rescatados y redimidos por Jesús (Efesios 2:1-5). Cuando nos unimos al reino de Dios a través de la gracia de Jesús y el poder de Su resurrección, nuestra ciudadanía pasa del mundo gobernado por Satanás al reino celestial gobernado por Dios (Juan 3:3). Filipenses 3:18-21 describe esto claramente: “Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal. Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas”.
La Biblia nos dice que nuestra entrada al reino de los cielos es como nacer de nuevo (Juan 3:3; Mateo 3:2; 7:21; Romanos 14:17). Los Evangelios registran a Jesús hablando del reino de los cielos muchas veces. Lo comparó con un campo en el que el trigo y la cizaña crecían juntos, con apariencia parecida. Jesús dijo que los dos serían identificados y separados en la cosecha (Mateo 13:24-30). Dios conoce la diferencia entre los que son de Él y los que sólo lo aparentan. Hay quienes actúan como ciudadanos del cielo, pero no tienen ninguna relación con Jesús y no han experimentado un renacimiento en sus corazones (Mateo 7:21).
Cuando nacemos de nuevo en el reino de los cielos, también somos una nueva creación (2 Corintios 5:17) por medio de la presencia del Espíritu Santo (Juan 14:17; 1 Corintios 6:19-20; Efesios 1:13-14). Entonces comienza Su obra de transformación reemplazando los deseos del mundo por los deseos puros, haciéndonos más parecidos a Jesús (Romanos 12:1-2; 8:29). Es a través de la obra del Espíritu Santo que somos capacitados para tomar decisiones que rechacen los valores del mundo y poner en práctica aquellos que honran a Dios (1 Juan 2:15-17). Mateo 6:19-20 nos dice que podemos acumular tesoros en el cielo. Además, como ciudadanos del cielo, se nos ha dado el papel de embajadores ante los demás hasta que seamos llamados, por así decirlo, de vuelta a casa (Efesios 2:18-19; 6:20; 2 Corintios 5:20-21).
Nuestro tiempo en la tierra es relativamente corto comparado con la eternidad. Estamos llamados a vivir aquí como extranjeros en una tierra que no es la nuestra, esperando vivir en nuestra propia tierra (Hebreos 11:9-10).