“Mi Aguijón”

Todos nosotros llevamos algo en el corazón… una lucha, una carga, un dolor, una debilidad. Algo que, aunque oramos, aunque creemos, aunque avanzamos, sigue ahí. A eso la Biblia lo llama el aguijón. Y aunque no sepamos exactamente cuál fue el aguijón de Pablo, sí sabemos lo que él sintió: una espina persistente, algo que no desaparecía, pero que Dios usó para revelar Su poder.

Muchas veces pedimos a Dios que quite ese aguijón. Oramos: “Señor, si me sanas… si me liberas… si me respondes… entonces podré servirte mejor”. Pero Dios, en Su sabiduría, responde de una forma que a veces no entendemos: “Bástate Mi gracia; porque Mi poder se perfecciona en la debilidad”.

Y ahí es donde el aguijón se convierte en maestro.
Nos recuerda que no somos autosuficientes.
Nos empuja a los pies del Señor.
Nos obliga a depender, a confiar, a rendirnos.

Quizás tu aguijón es una enfermedad, o una herida del pasado. Tal vez es un miedo, una tentación, una preocupación constante. Quizás es algo que nadie más conoce, pero Dios sí. Y aunque a veces pienses que ese aguijón te frena, quiero decirte hoy que, en manos de Dios, puede convertirse en tu impulso.

Porque no es en tu fuerza donde verás la gloria de Dios, sino en tu debilidad.
No es cuando lo tienes todo resuelto, sino cuando reconoces que sin Él no puedes.
No es cuando eres fuerte, sino cuando te atreves a ser vulnerable delante de Él.

Ese aguijón que tanto te duele puede convertirse en el recordatorio de que la gracia de Dios es real, suficiente y presente. No solo en los días buenos, sino en los días oscuros. No solo cuando tienes fuerzas, sino cuando te sientes agotado.

A veces Dios calma la tormenta…
pero otras veces calma a su hijo en medio de la tormenta.
A veces quita el aguijón…
pero otras veces te sostiene mientras lo llevas.

Y en esa dependencia profunda, en esa búsqueda sincera, en ese clamor que sale desde lo más hondo del alma, es donde Dios se revela de manera más poderosa.

Hoy quiero invitarte a que no veas tu aguijón como un castigo, sino como un puente. Un puente que te lleva a una gracia que no conocías, a una fortaleza que no es tuya, a una intimidad con Dios que solo se experimenta en la fragilidad.

Porque cuando eres débil… entonces eres fuerte.
No por ti, sino por Cristo en ti.


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