En Mateo 3 encontramos a Juan el Bautista levantando una voz en el desierto:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.”
Este mensaje no es solo histórico; sigue siendo profundamente actual. Juan no vino con un mensaje suave ni cómodo, sino con una palabra que sacudía el corazón. Y es que cuando Dios está a punto de hacer algo grande, primero llama a Su pueblo al arrepentimiento y a la preparación.
Juan bautizaba en agua, pero anunciaba a Aquel que bautizaría “en Espíritu Santo y fuego.” Ese fuego representa la purificación, el avivamiento, la pasión renovada por Dios. En tiempos donde muchos viven desanimados, fríos o distraídos, el Espíritu Santo sigue queriendo encender vidas que digan: “Aquí estoy Señor, limpia mi corazón y úsame.”
También vemos a Jesús acercarse al Jordán para ser bautizado. Y cuando sale del agua, se escucha la voz del Padre diciendo:
“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”
Qué escena tan poderosa: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo manifestándose juntos. Esto nos recuerda que cuando obedecemos, cuando nos rendimos a Dios, el cielo se abre sobre nuestra vida. Dios sigue hablando, sigue afirmando, sigue llenando de Su Espíritu a quienes caminan en obediencia.
Mateo 3 nos impulsa hoy a preparar nuestro corazón, a dejar lo que estorba, y a permitir que el Espíritu Santo encienda un fuego nuevo. Porque el reino de los cielos no es algo distante: está cerca, está presente, está obrando en aquellos que le buscan.
