El precio de seguir a Jesus

Un día, un joven se acercó a Jesús con la mejor de las preguntas: “¿Qué debo hacer para tener vida eterna?” Jesús lo miró con ternura, pero también con verdad: “Vende todo lo que tienes… y sígueme.” (Marcos 10.21)

El joven se fue triste. No porque fuera malo, sino porque no podía soltar. Y ahí está la gran prueba del discipulado: ¿qué cosa, si Jesús te la pidiera hoy, te costaría dejar?

El discipulado no es “gracia barata”. Requiere renuncias reales: ego, orgullo, comodidad, posesiones, control. Pero a cambio, ofrece lo que ningún tesoro puede comprar: una vida libre, plena y significativa.

Los primeros salvacionistas entendieron esto tan bien que vivían con lo justo, sirviendo a los más pobres, convencidos de que su recompensa no estaba en la tierra. Y descubrieron la paradoja del Reino: lo que se entrega, se multiplica. Lo que se pierde por Cristo, se gana en abundancia.

Seguir a Jesús no se sostiene solo con entusiasmo. Se alimenta con hábitos santos. Jesús habló de tres: dar, orar y ayunar. Tres prácticas que, lejos de ser rituales vacíos, son formas de cultivar una relación íntima con el Padre.

  • Dar, porque la generosidad nos cura del egoísmo.
  • Orar, porque el alma necesita oxígeno divino.
  • Ayunar, porque el cuerpo debe recordar que no todo lo que deseamos nos conviene.

En la tradición salvacionista, estas disciplinas no son obligaciones, sino caminos de gracia. Se practican en comunidad, se viven en silencio, se expresan en servicio. La verdadera espiritualidad no se mide por cuántas palabras usamos al orar, sino por cuánto amor ponemos al servir.

Ser discípulo siempre termina en esto: hacer discípulos. Jesús no dijo “vayan y prediquen sermones”, sino “vayan y hagan discípulos.” (Mateo 28.19)

El discipulado no se multiplica por discursos, sino por vidas. Cuando amamos sin condiciones, cuando servimos sin esperar recompensa, cuando perdonamos lo imperdonable… estamos evangelizando.

El Ejército de Salvación lo vive de una manera muy concreta: corazón a Dios, mano al ser humano. Su teología se encarna en comedores sociales, refugios, hospitales y calles. No hay separación entre fe y acción. Evangelizar es vivir de tal modo que otros sientan curiosidad por Jesús.

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